Barro y adobe. Cemento y argamasa en forma de intensidad, defensa y vigor. Ritmo del bueno, a base de toda aquella ristra de elementos para crear un hormigón sobre el que empezar a construir un equipo. Aquel del que surgieran pistas y del que se vanagloriara el Barça de septiembre y mediados de octubre y que se dispersara y diluyera con las primeras lluvias en un par de semanas trágicas y llenas de tormentas torrenciales en forma de cinco derrotas consecutivas.
Los discursos de la semana iban todos en la misma dirección. Había que recuperar aquellos condimentos sobre los que atacar después con todo el músculo y la velocidad contratados en el frenético verano blaugrana.
En cambio, al otro lado, se situaba el rival más incómodo en el momento menos oportuno. Con el peso de aquellas cinco tormentas seguidas se enfrentaba este bipolar Barça al equipo al que tienes que ganar como mínimo tres veces en cada partido para llevarte la victoria. Esa escuadra que se te pega tanto a la piel, que ni con agua caliente eres capaz de sacártela en forma de partida ganada.
Pasaban tres minutos desde el salto inicial y el marcador ponía un 0-6 griego para empezar a incomodar y amenazar nuevas borrascas. Koponen, con dos triples buscaba desintoxicar el ambiente y el marcador, mientras Hollis Thompson percutía el aro local. Sin embargo, aguantaba las primeras lluvias este Barça y Tomic, tras asistencia de Pressey, cerraba el cuarto con empate a 14. La tela de araña griega pronosticaba nubarrones, aunque el orgullo y la defensa, el adobe y la argamasa buscaban paliar males tempranos.
Sanders hacía en la reanudación su primera canasta, tras restaurar su muñeca y poner a los suyos por primera vez arriba en el marcador. Los lanzamientos de Pressey seguían peleándose con el hierro de atrás, pero a cambio, movía bien a su equipo delante. Su tercera asistencia seguida ponía a Navarro un triple como bandeja para subir la diferencia a cinco puntos mediado el segundo cuarto (21-16). Hoy sí, la defensa local iba por delante del ataque contrario y obligaba a Sfairopoulos a parar el partido.
Una canasta en cuatro minutos es lo que había permitido el Barça en este periodo, aunque los yerros en el tiro no estiraban más la diferencia. El marcador no subía ni a tiros, aunque al menos la ristra de errores permitía seguir por delante a los de Sito y Claver, que jugaba sus primeros minutos de la temporada. Se animaba la cosa en el último minuto para no abusar de adjetivos peyorativos al juego de viernes noche en el Palau, con cinco puntos seguidos en esos últimos 60 segundos del abusón Seraphin y dejar el acta a la pausa en 32-26.
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— EuroLeague (@EuroLeague) 3 de noviembre de 2017
Al descanso ya habían jugado los doce de Alonso para mantener el hormigón de la intensidad, tan necesaria para el esquema del badalonés. Con la plantilla ya sí, al completo y nuevas rotaciones, lucía músculo y piernas este Barça para dejar en 26 puntos al equipo al que hay que ganar, como mínimo, tres veces en cada partido.
Y con ese espíritu se vino Olympiacos al partido en la reanudación para repetir el 0-6 del primer cuarto y empatar la contienda. Una vida menos para el gato de rojo y blanco. Pero hoy el Barça volvía a carburar y hasta a Pressey le entraban los triples, que junto con los de Moerman ponían un 45-34 que iluminase caminos y vislumbrara soles por encima de nubes. Eso, si no juegas contra el gato más longevo del baloncesto europeo, claro. Un parcial visitante de 0-7 estrechaba la cuenta de nuevo, aunque Oriola, siempre Oriola, ponía cuatro puntos seguidos para dejar la diferencia en la última pausa en +8 (49-41). Mucho barro y más adobe para construir una victoria que cerraran rachas.
Ribas, quien más sufriera hoy las cambiantes rotaciones de Alonso volvía a poner el +10 y obligaba a los griegos a comprar una nueva vida para seguir en la lucha. Oriola, Hanga, Heurtel, Ribas y Claver era la nueva rotación de Alonso en busca del Nirvana perdido entre tanta mala racha y derrotas caseras y europeas. Oriola olía sangre de victoria con un +14, sin que Olympiacos hubiera anotado todavía en el último cuarto y obligaba al técnico griego mandar a parar, inseguro ya de que las infinitas vidas le dieran para ganar hoy.
Encontraba Alonso con aquel quinteto la intensidad perdida y el cemento rígido. Los robos de Claver y Ribas y los puntos de Oriola hacían recordar aquella versión temprana de los albores de la temporada para bordear la veintena a cinco minutos del final (64-45). Volvía Seraphin y se mantenía la algarabía detrás para socavar intentos de remontada y subir incluso la diferencia a un +22 que se mantendría hasta el final del partido, para devolver alegrías, secar el cemento y cortar desgracias, recuperar ilusiones, volver a los halagos y dejar la Euroliga sin invictos.
1 Los doce de Alonso: contaba el técnico de casa con toda su plantilla por primera vez en la temporada y a juro que lo aprovechó. El que más minutos jugó hoy fue el húngaro Hanga, con 24 minutos sobre la cancha y junto con Moerman eran los únicos que pasaban de la veintena de minutaje. Una demostración de poderío y músculo con la que recuperar sendas perdidas.
2 Sin referente no hay vidas que valgan: que si está mayor, que si las lesiones le afectan, pero la baja de Spanoulis no deja de notarse en el trasatlántico griego. Náufrago de líder, sólo Papapetrou superó la decena de puntos en su equipo, siendo superado su ataque en todo momento por el espíritu y el ritmo defensivos locales. Hoy, aquello de las vidas y las capas de Olympiacos no conseguían más que aguantar 30 minutos hasta que el cansancio y la ausencia de referencias les vencieran. Y es que la sombra de Kill Bill es muy alargada.
3 Un último cuarto para recuperar la ilusión perdida: pegaba, pero no remataba el Barça a este Olympiacos con más capas que cualquier buena cebolla, hasta que llegara un último cuarto demoledor para renovar los carnets de la esperanza blaugrana. Con Claver, Hanga y Ribas de estiletes y Oriola y Heurtel de ejecutores, pocos equipos no claudican si además vienen desgastados de 30 minutos de fatigas y empujones. El parcial definitivo de 24-10 ponía la segunda victoria local y devolvía los gritos y la algarabía al Palau.

