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El año en el que fuimos campeones: Iberostar Tenerife, campeón de la BCL 16/17

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27/12/2017 - 17:15

En el cajón donde se guarda el corazón. Para que no se lo roben, como cantaba Sabina. Justo ahí, bajo llave y a buen recaudo hospeda el CB Canarias, ahora más y mejor conocido como Iberostar Tenerife, el mes de abril de 2017. Para recordarlo por siempre y esquivar hasta el infinito la posada del fracaso que persiguiera durante tantos años turbios y de reconstrucción a la entidad del barrio de San Benito.

Nadie puede ya robarle aquel mes de abril a la torcida canarista que gozara en el aderezado Santiago Martín la Final Four de la primera edición de la Basketball Champions League. Aquel año en el que fuimos campeones, recordará la nostalgia empañada en el ocre del paso del tiempo, pero grabada a fuego en la memoria colectiva de amarillo y negro. Allí estaban todos; los pollos y los de la fiebre; la familia y los de siempre; la nueva oleada al calor de los buenos resultados y los incondicionales de Micaela. Hasta a asiduos futboleros del “Tete” se vio por la Hamburguesa. Nadie faltó, y a todos les pertenece aquel mes de abril. En mayor o menor medida, pero de todos es. También a los que, horas después, vencían la humedad lagunera y se amontonaban frente al ayuntamiento morado para vitorear triunfos y jugadores. Calles cortadas y balcones engalanados para recibir a los héroes de títulos europeos.

El Santiago Martín vivió la primera edición de la Final Four de la BCL

No era para menos la algarabía. Y es que en el ocaso de aquel mes de abril conseguía el conjunto de La Laguna, el del Ríos Tejera y la cuasi desaparición, culminar la reencarnación que los tiempos de las deudas y los conflictos le generaran. Sí, es verdad. Se trataba de la primera edición de una competición novel y de tercera categoría. Un nuevo certamen engendrado al calor de los conflictos entre organizaciones europeas, con rivales de enjundia relativa y comandada por franceses e italianos resquemados por el ninguneo del club de los ricos del rey Bartomeu. Qué más le daría eso a los Beirán, San Miguel, Vidorreta o compañía, acostumbrados a sudar cada triunfo y a disfrutar cada alago como si fuera el último, fuera del glamour de los focos y las alfombras de los equipos de mareantes presupuestos. Esos que han construido sus sólidas carreras a base de constancia, perseverancia y trabajo, mucho trabajo y que ahora, una noche de abril veían recompensado todo aquello levantando un título. No, para ellos no había discurso desdeñoso que valiera. Para ellos había también cajón en el que guardar bajo llave aquel mes de abril.

La extinta Copa Korac (qué lindos eran los nombres de aquellas competiciones y que poco glamour tienen las de ahora…) había sido hasta ahora el último paseo de los aurinegros por Europa, treinta años vista. El de esta vez, sería algo más que un vago viaje de ida y vuelta del que se apearan en Bélgica. La travesía en esta ocasión, comandada por el piloto Vidorreta iba a ser larga y dura, de muchos kilómetros e interminables escalas, pero eternamente satisfactoria. Empezando por el santuario del más grande, del genio de Sibenik. Una Cibona de Zagreb que por aquel entonces contaba aún con el Cavalier Ante Zizic, pero que no fue rival para un Iberostar Tenerife que hacía una rentrée a lo grande por las puertas de Europa. Así, combinando visitas al Adriático y enfrentamientos con galardonados equipos franceses o italianos, cerraba la fase de grupos con sólo tres derrotas, ocupando el primer puesto de su grupo y eludiendo la primera de las rondas de enfrentamientos directos.

En el bracket final la primera parada tenía también historia y tradición a partes iguales, escritas a fuego en las tablas del viejo parquet del Alexandrio por los Prelevic, Fasoulas, Rentzias o Stojakovic. El mítico PAOK de Salónica era la siguiente pieza de la historia. Y bien que sufrió todo aquel peso el equipo canario, con una derrota por tres puntos que obligaba a la remontada en el Santiago Martín. Un +23 en una Hamburguesa encendida catapultaba a los aurinegros a los cuartos de final y mantenía el idilio con la bisoña competición.

El siguiente eslabón, todo un campeón; el Asvel Villeurbanne de Tony Parker. Palabras mayores para el pipiolo equipo canario. Un último cuarto espectacular del lituano Grigonis traía un inusual empate al partido de vuelta en Tenerife.

 

 

Y ahí, en el fortín lagunero, partido a cara de perro y pocos puntos para que Bogris y los suyos aseguraran la Final Four a pesar del zurdo Hodge. Sólo quedaban cuatro equipos vivos en la competición y uno de ellos era aquel tímido y humilde CB Canarias, a la orilla de su reto de mayor relumbrón y además, en casa. Después de despachos y negociaciones, la entidad presidida por Félix Hernández era la elegida por la FIBA para hospedar la primera final a cuatro de la historia de esta novedosa competición. Otra gesta que otorgar al arquitecto de la nave canarista.

Ahí es nada. Después de un cuasi inmaculado periplo por canchas de relumbrón y gimnasios perdidos por entre los caminos de la vieja Europa, hacía su última parada la nueva competición en Tenerife para gusto y abrazos de políticos y federativos. A ella llegaban Reyer Venezia, posterior campeón de la Lega italiana, el Banvit turco y el claro favorito a priori; un AS Mónaco que sólo había perdido tres partidos hasta arribar a la isla y que como su apodo pregonaba parecía la roca a batir de la competición.

Así, un 28 de aquel cantado mes de abril, Banvit y Mónaco abrían el fuego de una Final Four para la historia. Y para empezar, sorpresa. Una soberbia segunda parte turca fragmentaba la firmeza de la roca francesa para cantar victoria y final, echando por tierra el proyecto de los Gladyr, Bost, Wright y compañía:

Y por fin, un par de horas después, llegaba el turno del anfitrión ante los venecianos de Reyer. Con muchos de sus aficionados pasando por varios aeropuertos para ver in situ a sus ídolos, las dos aficiones rivalizaban en las gradas en cánticos y amistades, dando ejemplo a mediáticos deportes, mientras, sobre la cancha, los anfitriones se hacían con una victoria más cómoda de lo esperado y con un Abromaitis desatado:

Se plantaba por tanto aquel equipo de pueblo, surgido al calor y esfuerzo de los Ríos Tejera o Juan Miranda, el de la cancha de Anchieta y el Luther, el de Pepe Cabrera o Richi Bethencourt, la pareja Phillips&Harper o Alejandro Martínez, en la primera final europea de sus más de 70 años de historia.

Y lo hacía ante unos bravos turcos llegados del mar de Marmara. Jordan Theodore, quien ahora pasea su glamour de jugón por las mejores canchas europeas vistiendo lujosos trajes italianos era la mayor amenaza de aquel Banvit peligroso. Un pívot rocoso y meses después campeón de Europa como Vidmar, un cuatro lituano de esos que llaman ahora modernos como Orelik y una elegante promesa de envergadura interminable como Korkmaz completaban a un equipo de escasa rotación, pero de alma infinita, como demostrara en la semifinal remontando y derrotando al gran favorito Mónaco.

Como final que era no había espacio para las florituras y los marcadores abultados. Primaban las defensas y las largas posesiones. No en vano, los locales eran la mejor defensa del campeonato. Así, San Miguel se pegaba como lapa de costa sureña a la estrella turca para bajar sus porcentajes y desgastar el exiguo banquillo otomano. Siempre por delante, pero con el rival al reojo de los nervios y la responsabilidad, Iberostar Tenerife también contaba con su jugón particular. Un Davin White al que tanto le ponen estos partidos y que poco o nada sabe de eludir responsabilidades. Un triple suyo picando el último minuto de partido ponía las manos canaristas sobre el trofeo y hacía sonar las fanfarrias de los himnos a los campeones.

 

Era un domingo 30 de abril y todo el entorno canarista se apresuraba a guardar para sí aquellos recuerdos, para que ya nadie pudiera robárselos. Desde Kirksay a la cojera de Beirán o las lesiones en cascada de Richotti, pasando por la novia de la grada, los romeros de Tegueste y las caras pintadas del amarillo y negro de la felicidad. También la de los asientos importantes, de políticos y dirigentes, pero sobre todo de directivos a la sombra, responsables de tanto fichaje fructuoso que elude las exigencias de mercados inflexibles a los que sólo desde los cheques mareantes se podía acceder. Para todos ellos era un día de felicidad y celebración, de emoción y euforia. De esa que se guarda, para siempre y bajo llave en el corazón.


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